viernes, 19 de octubre de 2007

BÉISBOL SE ESCRIBE CON C

Reinaldo Cedeño Pineda

Desde el mismo nombre, el base ball de cuna norteña, se aplatanó. Y se convirtió en béisbol. Y aunque muchos deportes se juegan con pelota, no hay dudas ni confusiones.

Cuando en Cuba se habla de La Pelota se habla mucho más que de béisbol.

Para un cubano, la pelota es carta de presentación, fisonomía y pasión nacional.

Hasta sin advertirlo, como derivación natural, los términos beisboleros han sobrepasado el estadio y son parte ya de nuestro lenguaje común.

Alguien que se encuentra en tres y dos, se halla al límite, en una situación nada envidiable… y con múltiples interpretaciones.

Lo contrario es estar en posición anotadora. Eso significa que anda usted muy cerca de conseguir su propósito.

En cambio, coger a alguien fuera de base es igual a descubrirlo, desenmascararlo… y suele aplicarse a los resbalosos o resbalosas que andan en ciertos pasos amorosos… o ilegales.

No los haga usted.

Ser cuarto bate equivale a distinguirse especialmente en alguna actividad. Por ejemplo, si usted invita a un personaje declarado “cuarto bate”… en la mesa, ya está advertido que esta debe andar bien nutrida, o mejor… invítelo a una galería de arte.

Y si se es cuarto bate en el sexo.. bueno...

Si le dicen que alguien botó la pelota o se fue de jonrón, póngale el cuño, se trata de algo espectacular aplicable a muchos ámbitos de la vida., políticos. íntimos y sociales.

El bate se ha convertido en símbolo fálico y la mascota, en su complemento natural, la vulva.

Dar un foul a la malla es sinónimo de error, equivale a una lamentable equivocación.

Si se halla en el noveno con dos out y dos strikes, un símil con el final de un juego, en el último capítulo, … amigo, sus esperanzas son poco menos que imposibles.

Mientras los señores que vetaron el béisbol de los Juegos Olímpicos, se encargan de rectificar el dislate… el béisbol sigue convocando al frenesí de la Mayor de las Antillas, olímpicamente…

Y si juegan Industriales vs. Santiago de Cuba, el país se conmueve de un lado a otro.

El dúo Buena Fe intentó resumir ese estado de gracia entre Cuba y la pelota: “Será que el béisbol se parece a la vida, será que sin él no podemos soñar”.

Es que el béisbol se escribe con C, con C mayúscula. Con C de Cuba.

viernes, 12 de octubre de 2007

12 de octubre de 1492: LA POLÉMICA INFINITA


Reinaldo Cedeño Pineda

La isla se conoce como Watling. Los indígenas le llamaban Guanahaní. Cristóbal Colón la bautizó San Salvador.

Y otro no podía ser el nombre.

Fue esta ínsula de Las Bahamas, el botón de América, la tierra salvadora que se le apareció al Almirante y a sus carabelas, tras muchas semanas de viaje, a punto ya del amotinamiento.

Era el 12 de octubre de 1492.

Rodrigo de Triana dio el estentóreo grito de ¡¡¡Tierra!!!... y el mundo se transformó para siempre.

Expuesto a la lupa del tiempo, es muy significativa la tenacidad irreductible de Colón.

No se rindió ante el rechazo de la corona portuguesa, ni ante los seis años que le costó convencer a los reyes católicos.

Acabaría arrancándoles a Fernando de Aragón e Isabel de Castilla -en contra de la mayoría de los analistas de la época-, una fortuna increíble para asegurar el viaje hacia lo ignoto… ¿o no le era tan ignoto?

¿Colón se sentía escogido por la Providencia para encontrar las nuevas tierras?

¿Arriesgaba su vida confiando sólo en su habilidad marinera y los cálculos?, o... ¿Tenía realmente evidencias obtenidas en Las Azores, Las Madeira o Las Canarias, como algunos especulan?

No hay quien puede dudar de la HAZAÑA, así, en mayúsculas... pero con todo rigor, no fue, no pudo ser “El Descubrimiento de América”. El Hemisferio ya estaba habitado muchos siglos antes.

No pudo ser “El Encuentro de dos culturas”, cuando una aplastó a la otra. Acaso resultó más propiamente, un encontronazo.

¿Qué tendrían que celebrar la población originaria, los “indígenas”, como no fuera El Día de la Resistencia?

¿Cómo hablar de hispanidad, de Día de la Raza, cuándo se trató de una conquista?

Ni siquiera fueron los primeros europeos en poner sus pies en América… eso había ocurrido también en una isla, pero más al Norte, en Terranova…casi quinientos años antes.

La saga de los vikingos

Vikingos es el nombre que se dieron a sí mismos algunos pueblos nórdicos cuya ubicación actual corresponde a Dinamarca, Suecia y Noruega. Su época de oro se ubica desde el año 800 hasta el 1100 de nuestra era.

La escasez de tierra, la mejora en la producción del hierro y la necesidad de nuevos mercados, motivó la continúa expansión hacia el oeste.

La legendaria habilidad vikinga en la construcción naval y su temeridad, les convirtió en reyes del mar. Colonizaron las islas del norte europeo y llegaron hasta Groenlandia en los últimos años del siglo diez.

Desde la gigantesca isla, realizaron sus exploraciones a la costa nororiental de Norteamérica. Y la denominaron “Vinland”.

Así, habrá que corregir la historia.

En el albor del siglo once de nuestra era, los primeros europeos pisaron tierra de América. Cinco siglos antes de 1492.

El primero fue el explorador islandés Leif Erickson -hijo de Erick El Rojo- que hizo escala en los actuales territorios de La Tierra de Baffin (Ártico canadiense), la península del Labrador… y en Vinland.

Buscando la mítica Vinland

La literatura antigua tiene un verdadero tesoro en las “sagas medievales de Islandia”: composiciones sobre héroes legendarios y hazañas que pasaron de la tradición oral a la escritura, entre los siglos doce y catorce.

Allí justamente se encuentran las primeras pistas.

Cuentan que Erickson con treinta y cinco hombres, desembarcaron próximos al delta de un río, un lugar abundante en salmones y pastos. Y se animaron a construir casas para el invierno.

Parece ser que la palabra Vinland no está relacionada con vino como se pensaba, sino que significa precisamente pastos o colinas, en el antiguo idioma nórdico.

Y de las sagas se pasó a la comprobación científica.

Terranova y su “dedo extendido” (Gran Península del Norte) se hallan justo en la ruta marítima de los vikingos. Y en la aldea de L'Anse aux Meadows, se encontraron huellas indiscutibles de la presencia vikinga.

Entre ellas, el volante de una rueda nórdica, herramientas de saponita, montículos de piedra, cercas de palos entrelazados a la usanza vikinga... y poco a poco, emergieron los restos de ocho edificaciones típicas.

Sus casas eran comunales, sin ventanas, con un dintel muy bajo para conservar el calor y evitar la entrada de intrusos.

Hay cierto misterio en las causas para que gente tan emprendedora se marchara, pero es sabido que en el año 1005, Thorvald, hermano de Erickson, perdió la vida en esos contornos.

La naturaleza fría les era común, pero se presume que el asedio de los nativos, les haya obligado a retomar sus naves y partir. Y es que los “nativos” ya estaban cuando arribaron los vikingos.

Actualmente este sitio forma parte de un Parque Nacional que sigue la costa rocosa del golfo de San Lorenzo, en tierra canadiense continental.

Es muy probable que L'Anse aux Meadows no sea todo Vinland, hay nuevas investigaciones mas la UNESCO, reconociendo la excepcionalidad del lugar declaró este sitio en 1978, Patrimonio de La Humanidad.

Una placa reza:

“L'Anse aux Meadows es el primer asentamiento nórdico en América del Norte. Sus edificios son en consecuencia las primeras estructuras europeas conocidas en este continente. Su herrería representa los primeros trabajos en hierro realizados en el Nuevo Mundo.

“En este lugar se llevó a cabo el primer contacto entre nativos americanos y los europeos”.

Es hora de poner fin a un colosal gazapo histórico.

lunes, 8 de octubre de 2007

MARION JONES: OTRA REINA MENTIROSA

La atleta Marion Jones ha devuelto las cinco medallas que ganó en las Olimpíadas de 2000 en Sydney, luego de confesar que consumió drogas que mejoran el desempeño.
El Comité Olímpico Internacional dijo que despojaría a Jones de sus medallas después de que ella se declaró culpable, el viernes pasado, de mentir a investigadores federales sobre el consumo de esteroides. Jones confesó que consumió una droga conocida como "the clear" (la clara) desde septiembre de 2000 hasta julio de 2001.
Su abogado, Henry DePippo, dijo el lunes que Jones había entregado sus medallas, pero se negó a decir dónde estaban. La agencia Reuters informó que Jones había devuelto las medallas, citando una fuente allegada a la corredora en desgracia.
"Ofrece disculpas a sus competidores y espera que los libros de marcas sean corregidos para reflejar sus logros", dijo la fuente, que no quiso ser identificada.
Jones ganó tres medallas de oro y dos de bronce en Sydney (AP)
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WHITE PLAINS, Nueva York.— La velocista Marion Jones, la princesa de los Juegos Olímpicos del 2000, se declaró culpable de mentirle a las autoridades estadounidenses cuando testificó que nunca usó esteroides.
Durante años, Jones se defendió contra viento y marea de las acusaciones de que utilizó esteroides, pero ahora reconoció que le mintió a las autoridades federales y anunció su retiro.
En la corte, admitió haber cometido dopaje y dijo que le mintió al respecto a los investigadores en el 2003. La velocista también se declaró culpable de mentir sobre su participación en un plan de falsificación de cheques.
Ante la Corte del Distrito de esta localidad, Jones se puso a llorar, y dijo estar consciente de que decepcionó a sus amigos, familiares y aficionados al deporte. "He sido deshonesta y tienen todo el derecho de molestarse conmigo, he decepcionado a mi país y a mí misma."
Afirmó que su ex entrenador Trevor Graham le dijo que ella estaba usando aceite de semilla de lino, cuando en realidad se trataba de esteroides. "En noviembre del 2003 me di cuenta que él me estaba dando drogas para mejorar el rendimiento", declaró Jones ante un juez.
La corredora fue dejada en libertad y tiene que comparecer ante la corte el 11 de enero para ser sentenciada. Jones ganó tres medallas de oro y dos de bronce en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Siete años después, está en bancarrota, su reputación arruinada e, incluso, podría ir a la cárcel. Además, es casi seguro que perderá las cinco medallas que ganó. (AP)

Ana Fidelia Quirot: LA CARRERA IMPOSIBLE


Reinaldo Cedeño Pineda

La madera cruje, parece ceder. El balance y la pantalla se han convertido en un estadio. La ansiedad es un puñetazo que se descarga en la madera. No es Ana Fidelia quien corre de este lado...
Ella nunca apareció en titulares, está corriendo por primera vez. Estuvo al borde de la muerte. Terribles quemaduras casi le quitan la vida. Dicen que un niño, asomado tras las cercas y los cristales, no vio las vendas, le miró a los ojos…
El balance es un bote que navega hasta Ponce. Juegos Centroamericanos y del Caribe. 1993 es un año duro. Ana Fidelia Quirot, de la medalla al dolor. Un accidente en su hogar, quemaduras, graves quemaduras en sus músculos de campeona. Su hija en gestación muere....
Cuba naufraga entre el bisturí y los algodones…
Ponce. Final de los 800 metros planos. De este lado hay un grito... Ella volvió a nacer entre las aulas, su brazo herido frente a la pizarra... Fidelia avanza, el cuello inmóvil, los brazos de campeona apenas se le mueven. Avanza sujetándose del aire.... La madera cruje...
Ella quiere prestarle sus manos....
La surinamesa Leticia Vriesde es la campeona centroamericana. Ana Fidelia Quirot llega segunda... con su medalla de diamante. Las cámaras corren. El mundo se ha detenido un instante.
Ella se aprieta a la madera... Ella es mi madre. Ya no puede mirar la pantalla....

miércoles, 3 de octubre de 2007

ABEBE

Reinaldo Cedeño Pineda

Al maestro de la crónica, Víctor Joaquín Ortega
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Hubiera sido domador de leones
o acarreador de búfalos
y de pronto apareció como una sombra
al borde del Coliseo Imperial
donde hubiera sido gladiador o almuerzo
su vida en el pulgar del César
desde un país de feudos
de no se sabe dónde
con un nombre innombrable Abebe Bikila.
Todos miran sus pies de subirse a los dátiles
de correr las sabanas
y de pronto aquel silencio empieza a hablar
por las calles olímpicas
un danzarín descalzo
un corazón en cada dedo
el sol revienta el pecho
pero el baobab le empuja
El Nilo corre bajo sus plantas
su sonrisa es dura como marfil de Dahomey.

A Roma le falta el aire
África cruza primero en el centro del mundo
sudando selva y mijo
callado
como una sombra.

(Tomado del poemario "Los corderos alzan la vista". Ediciones Santiago, 2005)

BIKILA




REINALDO CEDEÑO PINEDA


Le decíamos El Abuelo, más que por las canas de la barbilla, por aquellos pasos marciales cuando entraba al aula, por los lápices siempre afilados, sobre todo por aquella ausencia suya en nuestros corrillos de muchachos. Tenía aires de persona mayor y Abuelo se quedó. Su extraño nombre, Kipkirui,fue barrido clandestinamente, confinado a los documentos oficiales.
Parecía comprar su vestimenta varias veces por encima de su talla, que ciertamente no podrían llamarse camisas a esos batones de colores que le cubrían, con el cuello invariablemente verde, verde como la selva. Y el pantalón negro, negro como palo de ácana… Quizás fuese el último grito de la moda en Nairobi, pero ¿quién sabía donde quedaba Nairobi? Kenya era todavía para nosotros -si algo era-, una pradera de antílopes y el Kilimanjaro de Hemingway. Cuando bajaba la escalinata parecía ondear, y de haber tenido una larga cabellera, aquel conjunto hubiese merecido tal vez una portada, al verle avanzar sobre sus casi dos metros. Lástima de pelo escaso, duramente pegado al cráneo, y de aquel rostro enjuto, cadavérico por el que nadie apostaría un octavo de página.
Esperábamos a que el profesor abriese el registro de asistencia, porque allí mismo comenzaba nuestra secreta diversión. No le bastaba con reafirmar su presencia desde su propio asiento, sino que echaba la silla hacia atrás y el roce con el suelo, era la señal del primer acto. Se levantaba en toda su estatura, y a esa imagen le teníamos asignado su pie de grabado: “Guerrero con lanza”, porque su mano tocaba casi el cielo raso, y en su rígida postura semejaba a un soldado primitivo, a un zulú asido a su venablo. Para completar la visión, lo imaginábamos en taparrabos, un taparrabos verde, claro está, verde como la selva.
Una vez que el guerrero estaba sobre sus plantas, sobrevenía su “aquí” confirmatorio; pero la palabra no parecía salirle de los labios, sino de todo su cuerpo. Su “aquí” sonaba como un grito de guerra, en un tono magnificado por el eco del aula. Había rescatado de la rutina el pase de lista; pero no todos estaban dispuestos a ceder su espacio. A nuestra queridísima doctora en Ciencias Literarias no le gustaba nada la disonancia, introducida sin su consentimiento. Y como buena directora de orquesta, no lo iba a permitir. Sería muy catedrática y todo, mas para nosotros era sencillamente Medea. Medea, desde la tarde en que se trajo una larga bufanda de muselina y se ubicó en el estrado cual si fuese a estrenar la pieza de Eurípides, en el anfiteatro griego. Medea se calzaba los espejuelos, miraba con fijeza al Abuelo, como queriendo discernir si aquellas inflexiones no tendrían su gota de excentricidad, o si acaso eran la manifestación ancestral de tierras lejanas que sólo conocía por mapas o novelas. No atinamos a adivinarle el pensamiento; pero la profesora aceptaba el desafío, imponiendo un mandato inequívoco:
-Siéntese, señor K.… por favor...
Y la orden caía como un flechazo.
A duras penas sosteníamos la risa; pero El Abuelo no se daba por aludido, que un guerrero no se doblega tan fácilmente. Obedecía sí, pero no caía en el asiento derrotado, sino que se inclinaba con lentitud, encogía sus piernas, se apretaba contra el espaldar de la silla con natural elegancia, como sintiendo que había cumplido un mandato superior. Y por encima de órdenes, indefectiblemente, se preparaba para la próxima vez.
Nadie sabía porque cargaba siempre aquella carpeta, incluso en los días en que el debate oral apenas exigía tomar apuntes. Se aferraba a ella como quien porta un cetro y llegó a convertirse en la prolongación de su brazo. Uno de los expertos del círculo certificó que era de piel de cocodrilo y dejó entrever que el propio Abuelo lo había cazado, que era una especie de amuleto de su aldea. Nadie osó contradecirlo, porque adornó sus palabras de tal forma que los que escuchábamos, salimos convencidos. Quizás alguien muy cercano le había hecho la confidencia. La imaginación siguió sin límites, hasta que se hizo incontrolable saber que contenía la carpeta guardada con tanto celo. En el aire surgió un acuerdo tácito: aquel que se la quitara, sería coronado héroe.
A Mario se le encendieron los ojos…
Si El Abuelo andaba ajeno a todo, nunca se supo; pero su mano andaba más cerrada que nunca sobre la cartera; o eso sospechábamos. Las semanas pasaron con sus historias y sus desatinos, y la heroica coronación se había convertido en poco menos que imposible… hasta que un día la piel de cocodrilo brilló sobre la mesa, quedó sin custodia, cuando El Abuelo encaminó sus pasos para atender el llamado urgente de una joven tan alta como él, negra como él… Mario sujetó la suerte por los pelos y como una exhalación cruzó el patio, seguido por un enjambre de curiosos. En las manos, alzaba su trofeo y la inconfundible chapa metálica, un escudo con dos lanzas cruzadas, brillaba al sol; pero el triunfo resultó tan efímero como el caer de una manzana. Al Abuelo le bastaron unas zancadas para recuperar la carpeta antes que hubiesen podido abrirla.
Nadie sospechaba que aquel pasaje cambiaría el nombre del Abuelo para siempre.
Kipkirui Kipkemboi, nuestro guerrero nacido al borde del Kilimanjaro, dejó de ser El Abuelo de nuestra cofradía para convertirse en la sensación de toda la universidad; toda es un decir, claro. En un mar de polvo, tomó la delantera cuando la carrera parecía decidida y entró con los brazos en alto como un campeón. Sin embargo, no le dieron crédito entonces, aludiendo a las ausencias de algún que otro conocido. Además, la pista era de arcilla, dijeron, ¿cuántas veces esos pies ásperos y enormes, no habrán corrido por los trillos y desfiladeros de su aldea?... Pero, cuando nuestro Abuelo volvió a ganar en la pista sintética, los escépticos se guardaron sus lenguas. Ni siquiera así, hubo Dios que le hiciera poner zapatos, y por más que las distancias fuesen grandes, esa renuencia abrió un puente a la memoria hasta Roma′ 60… Al lado del Coliseo romano, por las calles atestadas, un etíope se había atrevido a soñar con la gloria olímpica en el Primer Mundo. Abebe Bikila sujetó el corazón a su pecho de mijo y asomó primero en la maratón de la otrora capital imperial. Todos quedaron mudos cuando le vieron descalzo…. Y como para algunos, Etiopía y Kenya y África toda eran la misma cosa; y como el nombre y el apellido del Abuelo resultaban impronunciables, Bikila se quedó. Comenzaron a verle batir el aire con sus brazos escuálidos y aquellas piernas que a primera vista parecían a punto de quebrarse. Siempre estaba a punto de perder, más a última hora, en los metros finales, se lanzaba sobre la meta con furia. Nadie resistía aquel embate. Se estrenaron muchas estrategias para vencerle cada vez, pero cada vez la pista les fue esquiva. Y entonces, decidieron sacarle de la competencia...
-Como se atreve…. ¡un africano!..
Echaron a rodar los vagos rumores, las mismas dentelladas de siempre. Y advirtieron que se cocían extraños preparados en la habitación de Bikila, siempre cerrada; que habían visto carne cruda y ceniza en las esquinas, que hacía trampa. Y además estaba la carpeta, la carpeta era la llave de todos los misterios.
Así, sin saber cómo, me vi en el ojo de la tormenta. Admiradores y detractores, encontraron al fin una coincidencia, una solución única al diferendo, había que entrar:
-Tienes que ser tú, acordaron. Tu cuarto es el más cercano al de Bikila, son vecinos… Tendrás que arreglártelas…
Me resistí de mil maneras, ensayé todos los argumentos; pero no alcanzaron para convencer a nadie. Echarme atrás hubiese equivalido a una traición. Y de pronto, sin querer espiarle, me vi en un callejón sin salida. Su futuro estaba en mis manos.
Esperaba agazapado la primera distracción, el primer descuido; mientras sus triunfos seguían sumando partidarios a ambos lados. La espera, la larga espera, al fin cosechó sus frutos una tarde, cuando Bikila y su sudor penetraron a la habitación como quien procura la meta y enseguida se escuchó el sonido inconfundible del agua. La puerta quedó entreabierta. Cuando asomé el rostro, el agua pareció venir a mí… agua detenida, agua brumosa. Un inmenso cuadro ocupaba la mitad de la pared, la mole acuosa se despeñaba hacia el abismo y una nube blanca se sostenía del aire. Debajo, una inscripción discreta: “Mosi-oa-Toenja o Cataratas Victoria: La mayor cortina de agua del mundo”. ¿Cómo podría quedar indiferente ante aquella exhuberancia natural?... pero la imagen andaba marcada por la presunción. Tendría que revisar mi geografía, la del Niágara; pero…estos africanos, sabe Dios que mediciones harían. En la esquina de un escritorio, un pequeño mástil aparecía clavado y enseguida reconocí aquel escudo con dos lanzas cruzadas. Y el verde de las camisas de Bikila, el mismo de su bandera. La carpeta estaba vacía. Cuatro cuadernos abiertos en sucesión y el lápiz afilado, anunciaban la obra inconclusa. Las líneas del primero fueron indescifrables para mí, tal vez algún dialecto, algunas frases en una lengua nativa, hablada por unos cientos o quizás unos miles de africanos de algún remoto lugar de este mundo. En el segundo, la extraña caligrafía se repetía, y a seguidas leí una palabra conocida por mí: “rafiki”. Bikila la había pronunciado una vez, al despedirse; el día que había pedido mi ayuda para una lección. Lo dijo mirándome a los ojos:
-Rafiki es amigo; amigo en swahili.
La tercera libreta, en inglés, despejó todas mis dudas: era una carta. Y las últimas letras, puro español, tan bien escrito que nadie hubiera podido adivinar que fuesen obra de un kenyano en la dulce idioma de Cervantes. Me paralicé. De un golpe, lo entendí todo. Su carpeta era el puente de dos mundos. Y su “aquí” no era un grito de guerra, sino de victoria.
-Lo siento, no he podido entrar al cuarto de Bikila, respondí una y otra vez, cuando me preguntaron, cuando siguió ganando en los predios universitarios.
Cuando al fin cedió en las carreras superiores, sus partidarios buscaron razones para justificar la derrota; algunos festejaron. Y la noticia andaba en boca de unos y de otros:
-Ha perdido Bikila... ha perdido
Todos olvidaban que sólo era un aficionado a las carreras, y no Abebe Bikila. Que era Kipkirui Kipkemboi, un estudiante como nosotros. Era mi vecino, nacido al borde del Kilimanjaro, el que un día saltando cuatro lenguas y un Océano, mirándome a los ojos, me había llamado amigo.

(De "Cuentos Malditos")